Dijo que lo suyo era miedo a sentir. Pero olvidó que pensar es, a veces, una forma intensa de estar sintiendo. Así que resolvió dejarlo para los imprudentes, para algún extraño día de arrebatos.
No me gusta ver espejos por doquier (eso hace seguido la cabeza), yo intentaba ver su rostro, no quiero verme repetida porque uno mismo es su peor enemigo y casi nunca un buen amante. Tampoco me gusta sentir que mi deseo regresa a su fuente, pues suele hacerlo con la fuerza de una bofetada. Esperaba un otro que asumiera la dirección de su ansia, a donde quiera que fuera ésta.
Ayer vi una mariposa que creía volar. Por poco la atrapo. No quise, jamás me entendería. Seguía viendo su sombra y detuvo sus minúsculos ojos para resaltar mis fantasmas; como el espectador distraído para quien el primer plano es el menos importante. De vez en cuando se olvida lo vivo.
Yo que prefiero (hasta ahora lo sé) lo que arde, lo que quema, no quise clavar mi mano en sus “alas”. Hay reflejos que estorban cuando quieres creer. Esta creencia puede ser el único dios que me salve la muerte.
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