Entre burbuja y pataleo. Vives nadando. Un olor a cloro desde que entras hasta que sales te persigue, el mismo que acompaña tus pasos hasta que decides bañarte. El color de la piel bajo el agua, ese grito de vida que emite el flotar, las inevitables gotas pegadas a tus protectores, que a veces impiden ver con claridad y otras, distraen con su belleza, la tablita y las aletas que en verdad te hacen volar por el agua. Nadas. Regresas a la esencia.
Estás convirtiéndote en sirena.
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